Sin una patria definida pero con todas ellas en el cuerpo. Transformó la lengua en su casa y fue dueño de un imperio del idioma universal. Elías Canetti y el don de pensar y vivir en el vasto territorio de la literatura.
Por Dante Rafael Galdona
Twitter: @DanteGaldona
Paciencia y recompensa
Paciencia es la palabra que abundará en este texto, que se reiterará y a la que apelaremos para abordar a Elías Canetti en todo su ancho y largo intelectual.
En principio porque hay que esperar hasta el año 2024, pero la espera tendrá una invaluable recompensa, para obtener textos inéditos de Elías Canetti, los que quizá guarden secretos, intrigas, descubrimientos, respuestas a preguntas aún no respondidas.
Murió en el año 1994 en Zurich, donde había fijado residencia en 1970 y, por disposición de última voluntad, el escritor decidió liberar sus diarios íntimos treinta años después de su muerte.
Las razones quizá las explique en ellos, quizá no, pero lo cierto es que habrá que tener paciencia para al fin alcanzar el cierre esperado del mundo literario de Canetti.
También con “Auto de fe” hay que tener paciencia porque dicen que cuesta entrar. Pero al fin Canetti, dijo Vargas Llosa, seduce. Porque el peruano, otro Nobel, de este libro se ha ocupado también, y a él nos rendimos en el consejo pues resulta insuperable y (sólo diremos esto porque a Vargas Llosa ya se lo puede encontrar en internet hablando de Canetti, y además le sobra prensa).
Acierta en que la paciencia en su lectura debe ser una virtud del lector que la encare. Hay que decirlo: su repugnancia ideológica no obsta la valoración de su rica pluma. Tampoco de su sapiente crítica literaria. Literaria, sólo literaria.
Elías Canetti compartió candidatura al premio Nobel, en 1981 con Gabriel García Márquez y nuestro Jorge Luis Borges. El primero lo recibió un año después, merecidamente. El segundo nunca, como sabemos, inmerecidamente.
Canetti se ocupó de alabar al primero y denostar al segundo, en ambos casos por las razones obvias, pero en el caso de Borges sumó una crítica literaria apresurada, equivocada, como si lo hubiera leído con prejuicio ideológico, algo que muchos hacen pero nadie confiesa. Y al final, las razones se simplifican: literarias en uno, políticas en el otro.
El gran premio
A esta altura de la columna, nos percatamos de que la cosa empieza de atrás para adelante, incluso desde un futuro, cuando se liberen sus escritos inéditos. Repasamos su muerte y llegamos al Nobel.
Debemos tener algo de paciencia para deducir por qué Canetti llegó al Nobel. Porque, capricho mediante, por alguna razón, la línea del tiempo de Canetti se nos presenta desde el futuro hacia el pasado.
Paciencia porque el hecho de que Elías Canetti dejara en el camino a Borges y retrasara un año a García Márquez, con todo lo que implica el Gabo, debe, al menos, ser puesto en consideración.
Paciencia. Canetti lo mereció, dicen.
Porque frecuentó un género al que llegó por una necesidad psicológica más que artística, y en ese género encontró la permanencia intelectual, el sedentarismo literario, algo que nunca encontró en el mundo físico, víctima eterna de la diáspora, del emigrar constante, de un cuerpo nunca acostumbrado a un mismo lugar. Y si migrar físicamente fue una constante en Canetti, como si no tuviera patria, raíz, apego, migrar lingüísticamente parece ser una réplica de su historia de vida.
Como era judío sefardí, nació en español. Como Bulgaria fue su tierra natal, con ese idioma se mezclaron sus primeros recuerdos. Inentendible y paradójico, porque esos recuerdos se plasmaron en parte en un idioma que luego olvidó.
Y sus padres, que hablaban en alemán lo que querían ocultarle, le regalaron un precioso don: la curiosidad por esa lengua. Tan importante fue el idioma alemán (porque en ese idioma se decían las cosas secretas y las cosas secretas son el oro de la literatura) que Canetti decidió vivir en él, arraigarse, fundar su mundo, preservar su raza literaria.
No vivió Canetti en algún lugar, vivió en un idioma: el alemán. Y también supo inglés, pero quizá por aversión a los británicos o quizá por su parentesco con el alemán, no fue una morada permanente.
Un cuaderno y una ráfaga de pensamiento, intermitencias de la mente artista, intelectual, se transformaron en el reducto de la expresión de su yo, el depósito caótico de genialidades en forma de sentencias, frases cortas, aforismos, silogismos, fragmentos, textos inconclusos. Y en ellos la mente atenta, laberíntica, de un despabilado intelectual.
Estos apuntes cobran vida universal empujados por el Nobel y son su razón. Lo interesante es que son un apoyo, un órgano secundario en el cuerpo literario de Canetti. A ellos llegó por la necesidad de poner una válvula que proteja la presión que generaban los pensamientos en su tan perfectamente caótica fuente creadora.
Literatura y poder
Esos apuntes eran los resabios que escapaban del caldo de la creación de sus demás obras. Como “Masa y poder”, un libro con el que Elías Canetti se obsesionó y que le llevó al menos veinte años escribir.
El libro, publicado en 1960, es el resultado de un extenuante trabajo de investigación y estudio y la causa de sus apuntes. Ese libro fue concebido en su exilio, ya instalado en Gran Bretaña, a la que llegó desde Austria, donde había estudiado y vivido hasta la denominada noche de los cristales rotos.
“Masa y poder” fue el libro que Canetti concibió para reaprender el mundo entero y proponer el mundo nuevo. Tras sus líneas hay veinte años de un trabajo tan enriquecedor como extenuante.
Canetti pretendió formular un diagnóstico completo, acabado y total del mundo con una visión basada en el nazismo y pretendió formular una nueva teoría que viniera a solucionar esos males con los que la historia había convivido hasta entonces.
Leyó, estudió, combinó saberes hasta el cansancio y en ese método de abundancia desordenada, propició la creación de los mejores efectos residuales de las obras que adoptó como principales: sus apuntes, quizá los palos de ciego de sus obras centrales pero precisos golpes del pensamiento, cachetazos de realidad.
Sus pensamientos se leen rápido como una trompada, despiertan como el susto. Por profundos, por concretos, por concisos. Porque son un ejercicio casi inconsciente, que encuentra un terreno fértil en la realidad.
Son el caso de los póstumos “Apuntes 1992-1993” y “Apuntes 1973-1984”, “Fiesta bajo las bombas” y “Apuntes para Marie Louise”. Su autobiografía, que comienza con “La lengua salvada”, y las obras teatrales “Los emplazados”, “Comedia de la vanidad” y “La boda”, su primera publicación, son ejemplos de un escritor prolífico.
Viena, Zurich, Frankfurt, Manchester, Bulgaria: el recorrido, una vez más hacia atrás en el tiempo, desde sus épocas de estudiante adolescente hasta su nacimiento, en 1905.